“Esta casa se jod..”, diría la famosa
Vieja de la cerca y los mangos para resumir la pérdida de respeto y majestad
que han tenido los cargos de los funcionarios públicos en Venezuela, y que
constituye, aunque parezca una nimiedad, un gran problema a solucionar dentro
del cambio y reconstrucción del país.
Desde
hace tiempo me preocupa el tema porque el respeto es la base de la confianza;
determinante para el crecimiento, desarrollo, progreso y futuro en cualquier
tipo de relación.
Hablar
de un Alcalde era referirse con respeto al gobernante de más cercanía a los
ciudadanos, compartiéramos o no la ideología o la tendencia política que
representara; uno decía: es el alcalde de mi ciudad.
Un
diputado o senador tenían un significado distinto, sobre él recaía la función
de redactar leyes, controlar y denunciar la corrupción, el narcotráfico y todo
lo que anduviera mal. De un gobernador se decía que era aquella figura que
uno veía con más mérito para regir los destinos de las regiones.
En
el caso de los ministros, había ese toque de admiración y de sentir que tenía
méritos para ser el motor de un Gobierno; el de infraestructura hacer
carreteras, el de finanza la política económica de la nación, el de minas en el
caso de Venezuela la política petrolera.
Los
jueces, magistrados, fiscales y defensores públicos, la ley y la rectitud
por sobre todas las cosas, eran los hombres y mujeres “ciegos” para ser justos
y con una balanza sobre sus hombros. Hoy por hoy sentimos que toda esa
majestad de perdió.
En la actualidad
nos da igual quien sea el alcalde pues ya no
goza de nuestro respeto, no nos asombra, ni nos preocupa si nos gobierna un
malandro o un corrupto pues decimos: eso no sirve y seguimos. Si nos hablan de
un parlamentario, preguntamos, ¿Qué hace fulanito?, ¿Qué denunció?, ¿Qué se
logró con eso?. Descalificamos, faltamos el respeto y seguimos.
Valdría
la pena reflexionar sobre el tema para rescatar la majestad de los cargos, el
respeto al funcionario público designado y electo a través del voto, sino
examinamos y reconsideramos al respecto creo que sería difícil volver a creer
en esa majestad.
Para
esto, el trabajo del político tiene que ser ejemplar, de conocimiento en la
materia, de sensibilidad social, de carácter y cercanía para que genere
credibilidad en la sociedad. De parte de nosotros, los ciudadanos, la
tarea consiste en volver a creer, en confiar, y sobre todo en respetar.
Hay
ciudades en el mundo donde la gente no sabe quiénes los gobiernan, pero el
sistema funciona. En el caso nuestro el protagonismo personal siempre está presente
y por encima del trabajo o responsabilidad que se tiene.
Creo
que si de ambas partes se construye esa nueva majestad estaríamos recuperando
un valor fundamental en quien nos dirige.
En
días pasados conversando con varios venezolanos en el exterior en condición de
exilio me impresionó la magnitud de la opinión que se tiene sobre funcionarios
públicos en ejercicio o no. “Fulano de
tal se vendió, sutano, a ese lo compraron, perencejo se llenó los
bolsillos”, eran los señalamientos que se hacían contra ministros,
alcaldes, jueces, gobernadores y cualquier otro funcionario público cuyo nombre
saliera a relucir en la tertulia.
En
medio de esa especie de fusilamiento colectivo, yo me preguntaba: ¿será que
nadie se salva?. Las redes sociales tienen un papel preponderante en la
descalificación, pero no podemos creer que son las responsables de todo cuando
el valor fundamental de la majestad del cargo está en manos de quien lo ostenta.
Tener
un cargo para no ejercerlo no tiene sentido, tenerlo y ejercerlo mal es peor
todavía, pero tenerlo y no trabajar en que vuelva la admiración y el respeto es
algo imperdonable.
Del
cargo presidencial lo dejamos para un próximo artículo; sin duda el más
devaluado de todos, pero es momento de cambiarlo y salir de este desastre para
recuperar la majestad.
Edward Rodríguez
@edwardr74
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