El país se
cae a pedazos. Inocentes venezolanos mueren en los hospitales por falta de
medicinas, de insumos médicos, y también por un apagón al no funcionar las
plantas eléctricas, pues al parecer era más importante llevarle unas Garotas al
subdirector para su oficina, que repararlas.
Cinco mil
venezolanos huyen a diario de la peor crisis humanitaria de la que se tenga memoria,
ciudades enteras pasan doce horas y hasta más sin electricidad; también padecen
por semanas la falta de agua y de gas.
El salario
mínimo no alcanza ni para comprar un pollo, por más que lo aumenten todos los
meses, no alcanza, se vuelve sal y agua; no hay efectivo, las estaciones de
servicio colapsan porque no hay gasolina; en fin.
No caeré en
los detalles de los malos chistes de Nicolás, de sus comentarios fuera de
lugar, ni mucho menos en su imposibilidad de contener un eructo en plena cadena
nacional de radio y televisión; mejor, revisemos el reciclaje de promesas que
hizo, no para un año, sino para seis, imagínense ustedes.
Veamos,
prometió acabar con la miseria y con los pobres, esto lo está cumpliendo poco a
poco, porque los está acabando y matando de hambre, literalmente. Prometió disminuir
los índices de desempleo y reactivar la industria, que se va a poner al frente
de la fulana guerra económica, que asumirá la conducción de Pdvsa, que Dios nos
agarre confesados; etc, etc, etc.
El detalle,
no es prometer, el detalle, está en cumplir. Y hasta la fecha Maduro no ha
cumplido nada; hasta se inventó una criptomoneda para, según él, salvar la
economía, y a la fecha todo se ha quedado en pura ficción.
Destruyó el
salario e hizo de Venezuela el único país del mundo en el que un aumento
salarial causa angustia. Cinco aumentos salariales en 2018 y uno en lo que va
de 2019 han representado seis momentos de terrible zozobra y depresión en la
clase obrera de la que tanto habla y dice defender.
La lista de
promesas, incoherencias y mentiras fue muy larga y repleta de clichés e ideas
huecas, vacías.
Venezuela
reclama por la conducción de alguien capaz y verdaderamente comprometido con la
democracia y el progreso. El país cambió, los venezolanos cambiaron, y no se
calan más el cuento de la caja de comida y los perniles que nunca llegan, el
miedo se perdió, la revolución se perdió.
Se está a
tiempo de deponer el orgullo y ambición.
“El hombre es amo de lo que calla, y esclavo de
lo que dice”.
Edward Rodríguez.
@edwardr74
Edward, buenas tardes
ResponderBorrarMe gustaría contactarlo.
Gracias.
Hola señor Edward, me gustaría mucho ponerme en contacto con usted. Gracias, Ruth Hagedorn.
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